“La escafandra y la mariposa” (Le scaphandre et le papillon), se trata de un drama que narra una dura historia de desesperación, agonía, impotencia y, sobretodo: superación. De la mano del director Julian Schnabel, el protagonista da una dura lección de superación y lucha por la vida a los espectadores.
La historia empieza en 1985, cuando Jean-Dominique Bauby (Mathieu Amalric), sufre una embolia al volante de su flamante descapotable. El señor Bauby era redactor jefe de la prestigiosa revista ELLE. Tras pasar varias semanas en coma, despierta y los médicos descubren su enfermedad: “Locked-in syndrome». Una dura enfermedad traducida en una parálisis total de su cuerpo que le imposibilita valerse por sí mismo: no puede articular palabras, no puede moverse, ni comer, ni respirar sin asistencia… está “encerrado en sí mismo”. Es por ello que sus días tras despertar son agónicos, sin vida, aburridos y pesados. Por si no fuese suficiente, la tragedia se cebó con él y también perdió la vista de su ojo derecho en el accidente.
A partir de entonces, se ve obligado a realizar duras sesiones de rehabilitación y, gracias a sus doctores, enfermeras y mucha paciencia, ponen en práctica un curioso sistema de comunicación. Jean-Dominique podrá hablar a través del parpadeo de su ojo izquierdo. Los doctores crean un alfabeto ordenado por frecuencia de uso de las letras y según los parpadeos, Bauby, elegirá la letra pertinente. Un severo trabajo que permitirá al protagonista estar en contacto con el mundo y no sentirse más inútil de lo que ya se siente. Tales son las ganas de explicar y transmitir al mundo lo que siente, que aprovechando un acuerdo de antaño con una editorial, decide escribir su autobiografía, que llevará por nombre: “La escafandra y la mariposa”, un éxito literario rebosante de sensibilidad y humanidad que recoge esos años de “encarcelamiento” en su propio cuerpo y sus ganas por sentir emociones reales o imaginadas, rodeado del cariño y la atención de médicos, enfermeras, familia y amigos, en este caso, auténticas promesas.
La película está tratada con mucho cuidado y cada fotograma, cada secuencia, transmite sensaciones precisas y dispares. Hay momentos en los que sientes la propia impotencia de Jean-Dominique, con ambientes fríos y dolorosos, y otros, en los que te sientes totalmente liberado. Es por ello que me he visto obligado en indagar en algunos aspectos de la película por considerarlos fabulosos. Es el caso de la fotografía, a manos de Janusz Kaminski, quien ha trabajado con directores como Steven Spielberg (principalmente), Cameron Crowe o el propio Julian Schnabel. Fue director de fotografía en muchas otras películas como es el caso de: Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, La guerra de los mundos, Munich, La Terminal, Minority Report, Salvar al Soldado Ryan, La lista de Schindler…
Concluiré reafirmando nuevamente lo mucho que me ha gustado y me ha aportado ésta película. Es una oda a la vida en la que Schnabel ha sabido transmitir de forma ejemplar la tristeza del personaje. Desde la butaca, puedes sentir todo lo que pasa por la mente y el corazón roto de Jean-Dominique. Es una historia que te apena, te aturde, te conmueve y te demuestra la importancia del habla, los gestos, y en resumen, la importancia de la vida.